Hoy te presentas a alguien como arquitecto y consigues, casi siempre, una de las dos siguientes reacciones:
- Expresión inicial de pena, compasión o «lástima», al saber que estás en un sector cuyo descenso de actividad desde el inicio de la crisis no es del 30%, del 50% o del 70%, sino que se acerca al 100%, aunque un segundo después hay un destello de satisfacción en la mirada que parece indicar… «bueno, lo de ahora por todo lo que ganabais antes»
- Manifiesto recelo por ser miembro de una de las profesiones culpables (políticos, banqueros, promotores, constructores y arquitectos, tal vez por ese mismo orden, o tal vez no) de la crisis y, por ende, de los males de todo español de a pie.
Ante esto hay que decir, en primer lugar, que no todos los arquitectos han ganado un pastón en la época de bonanza. Muchos -la inmensa mayoría- nos ganábamos honradamente nuestro sustento (más sobre la honradez más adelante) y nada más, sin alardes, sin amasar fortunas, viviendo de nuestro trabajo como uno más… y algunos ni eso. Lo cierto es que durante el boom inmobiliario, según dicen las estadísticas, del precio de un inmueble solamente un 1% correspondía a los honorarios del arquitecto. Resulta curioso que nadie piense mal de un yesaire (yesero) o un fontanero, o un electricista, u otros oficios relacionados con la construcción, pero sí de un arquitecto. A los miembros de esos oficios (ex-oficios, por desgracia, en su mayoría) no se les suele mirar mal pensando lo que ganaban entonces…. y muchos ganaban considerablemente más (el doble o el triple, o más incluso) que el arquitecto medio. Pero a nadie (creo) se le ocurre pensar en ellos como culpables de la crisis.
Es sorprendente es la imagen que habitualmente tiene el ciudadano acerca de nuestra profesión. La voy a dividir (simplificando mucho, lo sé) en tres grandes bloques, fundamentalmente:
- Es el que hace -hacía- los planos, y al que, por esos sencillos dibujos, hay que abonar un impuesto (llamado «honorarios profesionales»), que se suma a otros tantos tributos y tasas.
- Es uno de esos que afean -afeaban- nuestras las con histrionismos megalomaníacos hechos de vidrio, metal, hormigón y ladrillo.
- Es un tío que «trinca» -trincaba- cada vez que se aprueba un planeamiento urbanístico de cualquier tipo.
Y es que resulta que, efectivamente, a causa de unos pocos -si bien profundamente deshonrosos- ejemplos, la opinión pública piensa en los arquitectos como una profesión de corruptos y ladrones… y no sé si echarme a reír o a llorar cuando lo oigo.
Tanto es así que se ponen constantemente en duda los honorarios que proponemos, como si se tratara de un atraco a mano armada. Yo he llegado a tener que explicar mis honorarios comparándolos con el precio de la mano de obra que cobra un taller de automóviles (mínimo 35 € + IVA, aunque puede subir mucho más). Y nos vemos obligados a explicar qué contiene un proyecto de ejecución, aparte de unos «dibujos» (que además «hace el ordenador»), y explicar -a veces sin mucho éxito- en qué consiste nuestro cometido en un proyecto y una obra, cuáles son nuestras «funciones» y cuáles los «servicios» que prestamos al cliente.
[*Nota mental: tengo que hacer una entrada en el blog explicando para qué (demonios) hace falta un arquitecto, a falta de que nuestros Colegios profesionales decidan transmitir a la sociedad cuál es nuestro papel, cuáles los beneficios que aportamos al cliente -y a la sociedad en conjunto-, cuáles los problemas derivados de no contar con nosotros, y por qué contratar a un arquitecto no debería ser visto como un mero trámite administrativo –i.e., obligatorio- más]
Creo que la opinión pública no es consciente de la situación de miles de arquitectos (y sus empleados -o ex-empleados-, y sus técnicos colaboradores -ex-colaboradores- e incluso sus proveedores -ex-proveedores-). Si incluso el Presidente del Consejo Superior de Colegios de Arquitectos de España, cuando se le hace una entrevista acerca de la crisis en la profesión, se remite a las grandes obras de grandes figuras mediáticas de la arquitectura nacional e internaciones, con grandes presupuestos, y afirma que «la arquitectura de la burbuja a veces ha sido excesivamente alejada de la funcionalidad, de la austeridad», dando casi a entender (o al menos prestándose a producir la confusión) que durante la «burbuja» esas obras eran toda la arquitectura -o al menos eran representativas de la arquitectura- que se hacía en España, pues apañados vamos. La crisis existente en nuestra profesión no se debe a esas razones, ni toda la arquitectura que se ha realizado durante la llamada «burbuja» se reduce a las grandes obras mediáticas. Porque es necesario recordar que la inmensa mayoría de la producción arquitectónica en España era perfectamente razonable y funcional. Los «excesos formales» -encargados expresamente con esa intención por las administraciones, no lo olvidemos-, por criticables que sean, por megalomaníacos que hayan resultado en ocasiones y pese a las páginas de periódicos y revistas que hayan ocupado, no son, en absoluto, representativos del trabajo de miles y miles de arquitectos españoles.
Tampoco conviene olvidar que durante muchos años ha existido una demanda real de vivienda: había compradores (y no sólo los malvados especuladores, -que también-) que necesitaban -o deseaban- adquirir una vivienda para, simplemente, y vaya una sorpresa, vivir en ella.
Además, nos enteramos de que España sigue siendo, pese a la desaparición en el orden práctico del mercado inmobiliario y de la construcción, el país del sur de Europa con más economía sumergida y fraude fiscal, por lo que el problema de las contabilidades B y de la arraigada tradición española de no pagar impuestos no estaba sólo en nuestro sector. [Hablando de lo cual, a mí se me llevan todavía los demonios cuando me preguntan que por qué hago factura, que por qué meto el IVA, que por qué declaro todos mis ingresos… en fin. Cuando pienso en estos temas siempre recuerdo que los que pagan los impuestos que empresas y autónomos no quieren pagar son los que tienen una nómina, que ven cómo el porcentaje que tienen que entregar onerosamente a Hacienda es mayor de lo que debería ser (si todos pagasen lo que les corresponde). En mi opinión es otra forma de robar…. y no a las arcas públicas como tanta gente piensa, sino al trabajador de a pie, al «nominado».]
Para rematar la situación, nos quieren calzar una Ley de Servicios y Colegios Profesionales (LSCP) que pretende eliminar unas supuestamente irracionales -amén de cuasi-criminalmente anticompetitivas- «reservas de actividad». Es decir, que propone que la arquitectura pueda ser realizada por personas que no son arquitectos. Lo cual, en mi opinión, es tanto como permitir a los veterinarios -a los que respeto profundamente, conste en acta, pese a emplearlos para mi ejemplo- ejercer la medicina. Si alguien tiene que someterse a una cirugía, y al entrar al quirófano se encuentra un veterinario, lo lógico es que saliera corriendo, con permiso de la anestesia, por más anatomía que sepa el veterinario y por más operaciones que éste haya realizado -en animales-. Aquí no se ve ilógica la «reserva de actividad», ¿verdad?. Pues lo mismo para la arquitectura.
Y es que, además, resulta que, pese a lo que nos habían contado, la eliminación de esas reservas de actividad no es algo que nos exija Europa -como tampoco era cierto que los honorarios obligatorios e incluso los baremos orientativos fueran abolidos debido a una imposición de la UE, como demuestra la situación en Alemania-. Tampoco deriva de ninguna necesidad ni demanda social concreta (al menos no me suena que ninguna de las miles de manifestaciones que hay en España cada año reclamara esa supresión de esta «reserva de actividad»…. si hubo alguna, desde luego no fue mucha gente), por lo que resulta, en el mejor de los casos, un capricho, y, en el peor, un capricho malintencionado.
Me ha gustado mucho Laureano. Lo leía con resignación y sonrisa por tus acertados comentarios y ejemplos. Verdad como la vida misma y lo suscribo. Quizás los que compartimos tu opinión no sabemos ni cómo reaccionar al conocer a un arquitecto. Dar ánimo, ser positivo y ofrecer ayuda es la opción que suelo escoger.
Un abrazo.
Gracias, Jesús. Resignación es lo que tenemos encima, sí. Pero no ser trata de «dar pena»… Pretendía aclarar que no comprendo el recelo que se ha generado en mucha gente en torno a la figura del arquitecto, en primer lugar en relación con la generación de la llamada «burbuja» inmobiliaria y de la crisis económica que ha venido después. Creo que, en conjunto (es decir, que puede haber algún caso puntual de «colaboración» con el problema), no somos «culpables» de la situación creada. En absoluto. Y que nos afecta tanto como a muchas otras personas (incluso más que a muchos otros colectivos).
Un saludo y gracias de nuevo.